lunes, 14 de octubre de 2013

Novísimas escenas matritenses

Me está costando mucho trabajo contar el viaje a Brasil. Y no sólo por la falta de tiempo, que es el principal escollo, sino por la dificultad de transcribir tal cantidad de sensaciones a palabras. Está claro que, contra lo que piensa mi señora, las musas no me llamaron por el camino de la literatura. Así que aprovecharé este rato libre para introducir una cuña y contarles nuestra última visita a Madrid y las exposiciones que vimos por si les sirven de orientación, que este blog no abandona nunca su vocación didáctica.

Coincidió esta vez nuestra visita con un feroz artículo de El País en el que el periódico, antes tan cariñoso con Gallardón, arremetía con saña contra la labor de su heredera. Con más razón que un santo porque, según nos vienen contando nuestros corresponsales y pudimos comprobar nosotros mismos, la ciudad está alcanzando unos límites de cochambre que ni los más viejos del lugar recuerdan. Problemas presupuestarios los hay en todos los municipios, y el endeudamiento que dejó el actual ministro de Justicia no contribuye precisamente a mejorar las cosas, pero la parodia de alcaldesa que les tocó en suerte a los madrileños cuando el reparto de poltronas del PP y su palmaria incapacidad para gobernar ni un caserío ha hecho el resto. Y ojo que con esto no quiero decir que en otros sitios estemos en mejores condiciones. Cochambrosa y todo, Madrid sigue estando a años luz del pozo de subdesarrollo y fundamentalismo desde el que escribo. Aunque se esfuerzan en alcanzarnos, no crean, que el sábado nos cruzamos con la Virgen del Rosario recorriendo en procesión las calles del barrio de Las Letras.

De todos modos su actividad cultural sigue siendo notable, y gracias a ello este post tiene alguna consistencia. Por ejemplo, el fin de semana en que estuvimos actuaban en El Matadero (espacio de titularidad municipal, no lo olvidemos) en un mismo concierto The Haxan Cloak y Chris and Cosey. No fui a escucharlos, y mucha pena que me dio, pero tapear con amigos a los que hace mucho tiempo que no has visto parecía en aquel momento un plan mejor. Merced a esta elección conocimos varios bares muy recomendables de la zona centro donde además de guardar la fina costumbre de invitar a tapa con la cerveza o el vino se esmeran en su preparación. Y es que en este viaje hemos huido mayormente en lo gastronómico de modernidades e inventos. Sólo caímos en una ocasión y porque teníamos curiosidad por un restaurante vietnamita (de nombre Viet Nam) que acababan de abrir en Huertas y del que había buenas referencias; nos hicieron esperar pero al final valió la pena y salimos ahítos y sin haber pagado más de lo necesario. Pero ya digo que nuestras preferencias esta vez fueron más por el vermú de grifo, la morcilla burgalesa y los callos. La vejez que nos vuelve más conservadores.

En cuanto a las exposiciones, no pudimos ir a ver todas las que nos habíamos propuesto ya que tuvimos un conflicto con el hotel en el que habíamos reservado, uno de esos establecimientos llamados "con encanto" que se ubican en antiguos palacios y conventos. Y es sabido que en esos edificios solía haber leñeras, establos, gallineros y otros espacios similares cuya estructura y localización estaba marcada no por la comodidad sino por la utilidad, pero a los que la codicia de sus nuevos propietarios convierte en habitaciones de cuatro estrellas. Y no dudo de que haya a quien le apetezca hospedarse en una mazmorra del siglo XVII, pero el cliente debe ser advertido antes. Así que entre dimes, diretes, reclamaciones y cambios de alojamiento con armas y bagajes se nos fue un tiempo curioso. Pero volviendo ya al asunto que nos ocupa, mi señora, que tuvo la suerte de visitar la exposición del Prado sobre Velázquez y la familia de Felipe IV la recomienda, y yo me fío de su criterio en estos asuntos. De las que yo vi, recomiendo la dedicada a Méliès en CaixaForum, que ya por fin es de pago. Se trata de un montaje de la Cinémathèque Française en el que se repasan los antecedentes y la prehistoria del cine (sombras chinescas, linternas mágicas, zootropos, cronofotografía) mostrando los aparatos originales, y que enlaza con la peripecia vital del propio Méliès, que venía del terreno del ilusionismo y la fantasía. Del cineasta se muestran sus dibujos (era un consumado pintor), maquetas, figurines y se proyectan algunas de sus películas más conocidas. Si se queda uno a verlas todas se puede echar gran parte de la mañana.

También muy recomendable la instalación temporal de Ryoji Ikeda en la Fundación Telefónica, de título data.path. En esta ocasión el leit-motiv son los flujos de datos que crean nuestro entorno cotidiano (sistemas estelares, códigos genéticos, corrientes intracelulares, redes informáticas, lenguajes de programación...) sin que seamos conscientes de ellos. En su línea habitual, Ikeda nos los traduce a puntos, signos y caracteres y los hace correr vertiginosamente sobre unas pantallas con el poderoso acompañamiento de su música. Toda una experiencia audiovisual que gustará hasta a quienes no estén habituados a estas marcianadas. Por su parte la exposición sobre el 300 aniversario de la Real Académica nos decepcionó un poco. Al ser en la Biblioteca Nacional fuimos pensando en que podríamos visitar sus salas y ver algunos de los tesoros que allí se guardan, habitualmente reservados a investigadores y enchufados. Pero no. Se trataba de un recorrido cronológico por la historia de la Academia desde su fundación, con muchos legajos, cédulas y diccionarios. Lo único interesante eran los retratos de los académicos, algunos de ellos obras importantes y pocas veces expuestas de Goya, Madrazo, Fortuny, Sorolla, Zuloaga o Vázquez Díaz. Incluso nos gustó mucho el retrato de Dámaso Alonso de Hernán Cortés, pintor cortesano por el que no sentimos demasiada debilidad. Pero hechas estas salvedades, no es una exposición que recomendemos especialmente.

En este viaje además hemos reparado una omisión que ya duraba demasiado, y es que nunca habíamos ido a ver los frescos de Goya de la ermita de San Antonio de la Florida. Y si ustedes están en la misma situación aprovechen la primera oportunidad que tengan porque realmente son algo digno de ver. Ya ha sido dicho muchas veces y por gente preparada que se puede datar en ellos el inicio del arte moderno, y es difícil no darles la razón. Ahí están los gérmenes del impresionismo y del expresionismo, las jóvenes de Renoir y las máscaras de Ensor contemplando el milagro del santo. Y ese supremo detalle de retranca baturra de sustituir en los arcos a los obligados putti por garridas majas con alas. Luego, para bajar el síndrome de Sthendal, nada mejor que cruzar la calle y entrar en Casa Mingo, que pasa por ser la sidrería más antigua de todo Madrid y donde se degusta un excelente pollo asado acompañado de sidra natural. Los fines de semana lleguen pronto porque se llena.


Chris and Cosey - Stolen Kisses (1985)

viernes, 20 de septiembre de 2013

Bichinho

Bichinho (literalmente "bichito") es una aldea en el término municipal de Prados, estado de Minas Gerais, en Brasil. Su curioso nombre no obedece a la abundancia de artrópodos en la zona ni a ninguna infestación capilar endémica entre sus vecinos, sino a las figuritas de artesanía por las que el pueblo es famoso. En realidad, y aunque todo el mundo lo conoce por Bichinho, su nombre oficial es Vitoriano Veloso, homenaje a uno de los héroes de la independencia brasileña. Veloso fue un esclavo negro liberado que desempeñó un papel secundario en la Inconfidencia Mineira, una conjura separatista de finales del siglo XVIII contra la corona portuguesa. El complot resultó un fracaso y la mayoría de los conspiradores, incluido Veloso, fueron castigados con el destierro a Mozambique y otras colonias africanas. Quien se llevó la peor parte fue un alférez y dentista llamado Joaquim José da Silva, por mal nombre "Tiradentes" (es decir "sacamuelas"), que asumió toda la culpa de sus compañeros y fue por ello ahorcado y descuartizado. Tiradentes, a pesar de ser un perfecto desconocido por estos lares, es un personaje histórico muy importante en Brasil, y no hay ciudad sin una calle o plaza en su honor. Y también, como Veloso, da su nombre a otro pueblo de Minas Gerais, muy cerca de Bichinho.

Tiradentes es una localidad próspera y un popular destino turístico del interior. Es patrimonio nacional y conserva en bastante buen estado el casco histórico de época colonial, siendo sede de importantes acontecimientos culturales como su famoso festival gastronómico, que la mala suerte quiso que este año se celebrara justo una semana después de nuestra visita. Una ciudad pintoresca que, sin poder considerarse una tourist trap, a mí llegó a recordarme la deriva que tomó la aldea de Asterix en "La residencia de los dioses" tras la llegada de los inquilinos romanos, aunque en lugar de "pescados y antigüedades " el comercio local se dedicara casi en exclusividad a la venta de los productos que fabrican los artesanos de la vecina Bichinho. Que es una aldehuela sin encanto como tantas, un conjunto de casas de ladrillo levantadas por sus moradores a lo largo de una carretera mal empedrada.

Los artesanos de Bichinho no están especializados en un material o forma, como sucede en otros lugares, sino que lo abarcan todo: bordados, cerámica, madera, piedra... Entre lo más característico están los panos de prato, paños de cocina elaborados con las telas de los sacos de arroz, las gallinas de Guinea de madera (que allí son llamadas "de Angola", cosas de la commonwealth lusa), y las namoradeiras, figuritas que se colocan en los alféizares y representan a indolentes mulatas a la espera de quien las galantee. A pesar de su potencial como centro productor de artesanía, Bichinho sigue siendo un pueblo pobre. Hasta hace poco hasta allí sólo llegaban los comerciantes de Tiradentes y de otras capitales para comprar objetos que luego revenderían en sus tiendas por un precio muy superior. Pero las cosas van cambiando poco a poco. Los artesanos ya empiezan a vender directamente al público sus creaciones, los visitantes van llegando y se va creando una mínima infraestructura turística. Y sin duda una gran parte del mérito la tiene Doña Angela.

La historia, según nos contaron, empezó hace unos años cuando Doña Ángela se quedó viuda y sin ninguna fuente de ingresos. Aleccionada por el cura de la localidad, que conocía su reputación de buena cocinera, empezó a servir comidas en su casa a los pocos forasteros que llegaban a Bichinho. Téngase en cuenta que en aquel momento en el pueblo no había ningún bar ni restaurante, y comerciantes y viajantes debían volver a Tiradentes a la hora de comer. Por eso era cuestión de tiempo que la fama de aquella señora que daba espléndidos almuerzos en la cocina de su casa por un precio irrisorio empezara a correr de boca en boca, y que la visita a Doña Angela fuera per se un motivo suficiente para subir a Bichinho. Obviamente la casa se quedó pequeña para acoger a tantos comensales y tuvo que montar cobertizos en los terrenos aledaños e implicar a todos sus hijos en el negocio. Por si fuera poco, y para que la cosa adquiriera ya tintes de anuncio de Aquarius, unos periodistas del New York Times que estaban recorriendo Minas Gerais pararon un día allí a comer y tanto lo elogiaron en su artículo (the greatest lunch deal in the Western Hemisphere, llegaban a llamarlo) que la casa alcanzó fama mundial y se ha convertido en un atractivo turístico más de la zona.

Es muy poco recomendable ir al Tempero de Angela (que así se llama el negocio) en fin de semana, ya que las esperas para conseguir mesa pueden ser de varias horas. Nosotros fuimos un lunes y no tuvimos problemas; en seguida nos acomodaron en una mesa con mantel de hule de la zona noble: un cobertizo de madera y bambú anexo a la casa y con acceso directo a la cocina. Porque allí es el cliente quien se sirve lo que le apetece. En la zona de servicio de la cocina, dos enormes fogones de leña mantenían calientes una veintena de ollas de piedra negra con los guisos del día. Sobre una mesa, varias bandejas con frutas de delicioso aspecto ya peladas y cortadas y verduras frescas de todo tipo y diferentes aliños. En la zona de trabajo aledaña y a la vista de los comensales tres mujeres de edad indefinida y redecillas en el pelo se afanaban sobre otros fogones de leña para que no faltara nunca comida en los pucheros. Mesas y vasares con platos y cubiertos. Y un deseo general de disfrutar de un bom apetite, necesario para que ninguna de esas joyas artesanas de la cocina de Minas Gerais quedara sin catar.

Porque lo que siguió fue una de las epifanías gastronómicas más maravillosas que he tenido ocasión de gozar en mi ya larga vida, a la altura de los mejores momentos que haya podido contarles en este o anteriores blogs. Sin entrar en fatigosos detalles, que este post ya se está alargando en exceso, les diré que la base de la comida mineira es la feijoada, guiso de frijoles con carne que por lo general se acompaña de arroz, farofa (harina de mandioca) y grelos. Pero aparte de eso había carnes, de porco y de frango, preparadas de innumerables modos a cuál más delicioso. Y crujientes frituras. Y qué decir de las verduras! Cultivadas por la familia en su propio huerto, que está al lado del comedor a la vista de todos y que haría volverse verde de la envidia a Jamie Oliver. Y las frutas! Y los pasteles de postre... contra cuyo pecaminoso dulzor mi endocrino me tendrá ya aparejada una amarga penitencia... Pues bien, probar todas y cada una de esas exquisiteces y repetir de las que más hayan gustado hasta quedar saciado vale sólo veinte reales por persona (bebidas aparte), que al cambio equivalen a unos seis euros y medio. Eso sí, en carteles bien visibles se advierte que a quienes desperdicien comida sirviéndose más raciones de las que puedan abarcar se les cobrará una tasa adicional, lo cual nos parece muy bien y digno de ser imitado. Y es que Doña Ángela no quiere perder a su clientela de siempre subiendo los precios para que la cabaña se le llene de pijos paulistas y cariocas. Yo me temo que con esa actitud no va a conseguir nunca una estrella Michelin, pero también me da la impresión de que no es algo que le quite el sueño.

El final de la historia es que Doña Ángela ha acabado haciéndose rica, y vive dios que se me ocurren pocas formas más honradas y legítimas de triunfar en esta vida. Por lo visto con el dinero ganado está comprando casas y tierras para dejar a sus hijos, y es posiblemente una de las mayores propietarias del lugar. Mas no por ello ha abandonado su cocina, que allí sigue todos los días del año, sin descansar ni uno solo, al pie del fogón, para dar de comer a sus clientes de siempre y a quienes como nosotros nos hemos convertido ya en sus más rendidos admiradores. Su negocio atrae visitantes al pueblo, que ya de paso compran algún recuerdo a los artesanos. Y como algunos días las colas para entrar en el Tempero de Angela pueden llegar a ser desesperantes, a su alrededor han surgido otros restaurantes que tratan de imitar el modelo y también prosperan a costa de los impacientes.

Y aquí se acaba la historia, una más con final feliz, como tantas que nos han contado y hemos vivido en Brasil. Disculpen que me haya extendido tanto pero pienso que el asunto lo merecía. Lamentablemente la semana que viene empieza el curso académico y ya saben que eso suele implicar menos tiempo para actualizar el blog. Pero bueno, yo creo que con ésta se van haciendo una idea de lo que es aquel país.


Tim Maia - Que Beleza (1974)

domingo, 11 de agosto de 2013

Libros sobre la crisis

Uno breve antes de irme de vacaciones y sólo para comentar un par de libros que he leído en los últimos meses, recomendables como son siempre los que aparecen en esta página aunque, como también suele ser habitual, lleven ya algún tiempo en las librerías. El tema común es la crisis económica y el diagnóstico al que ambos llegan muy similar aunque las soluciones no tengan por qué coincidir. Crisis del sistema bancario, no se olvide nunca añadir el complemento, porque sólo desde la mala fe o siendo un rematado zoquete se puede seguir manteniendo la falacia de que la actual situación está provocada por el endeudamiento y el despilfarro de particulares y haciendas públicas (aquel famoso “vivir por encima de nuestras posibilidades”) cuando está demostrado que la causa ha sido la falta de reguladores eficaces y la irresponsable conversión de un modelo de negocio basado en el ahorro y el crédito en otro dedicado a la pura especulación. Tanto es así que en los primeros momentos del crack hasta hubo un amago de propósito de enmienda, asustados los responsables del desastre ante la posibilidad de que sus cabezas acabaran adornando las lanceoladas puntas de las verjas de los organismos implicados. Mas, como ya hemos comentado en varias ocasiones, el populacho que les ha tocado en suerte en estos tiempos es mansurrón y pastueño, y no protesta salvo que se le prive de sus entretenimientos favoritos, algo de lo que nuestros amos se guardarán mucho por la cuenta que les trae. De este modo y con la inestimable ayuda de una clase política corrupta y unos medios de comunicación comprados se ha conseguido que los trabajadores y la sociedad en general acepten como inevitables medidas restrictivas que ni en la más delirante de sus fantasías habrían imaginado los empresarios que podrían llegar a aplicar en un país de la Europa occidental.

El primero de estos libros es "Hay alternativas", escrito a seis manos por Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón, los tres economistas y figuras representativas de un cierto pensamiento de izquierdas que la fracción más ortodoxa acostumbra a repudiar colocándoles el sambenito de “socialdemócratas”. El libro se escribió al calor de las manifestaciones y acampadas que siguieron al 15M y tiene el estilo claro y didáctico de quienes están habituados a la docencia. Y esa es su principal virtud, explicar en un lenguaje comprensible, con detalle pero sin demasiados tecnicismos, el origen de la presente crisis, la bancaria mundial y la española en particular con las singularidades propias de nuestra idiosincrasia. Y cómo en modo alguno se podrá escapar de sus consecuencias aplicando las políticas que recomiendan el Fondo Monetario Internacional y demás instituciones de su cuerda. La única solución, insisten los autores, es aumentar la inversión pública sobre todo en lo referente al gasto social, incrementando al tiempo los salarios para estimular el consumo y la actividad económica. Algo que no es utópico y que se podría llevar a cabo si el estado no se hubiera descapitalizado y endeudado hasta las cachas por salvar al negocio bancario. El libro se cierra con un centenar de recomendaciones concretas (algunas más radicales que otras) a disposición del gobierno que las quiera aplicar. Si les interesa también se lo pueden descargar gratuitamente de la web del profesor Navarro.

El segundo libro es "Posteconomía" de Antonio Baños Boncompain, y toca el mismo tema aunque de un modo más personal y con bastante más sentido del humor. Baños parte de un diagnóstico similar al ya explicado pero va un paso más allá y descorre totalmente el velo que aún tapa muchas de las vergüenzas del sistema. Su tesis es que la crisis bancaria, aunque inesperada y sobrevenida, ha sido la excusa por parte de ciertas elites económicas transnacionales para poner en marcha un programa diseñado desde hace tiempo con vistas a acabar con los pocos focos de resistencia que aún pudieran quedar entre la clase trabajadora y los movimientos de izquierda e implantar en todo el mundo un régimen feudal. La Nueva Edad Media, como la llama el autor. Puede parecer una visión catastrofista o apocalíptica, incluso conspiranoica, pero a poco que uno mire a su alrededor comprobará que la situación actual puede interpretarse a la luz de esta teoría y que los hechos van confirmando una a una sus predicciones. Por eso hay que agradecer a Baños que nos facilite la inmersión en esta realidad demoledora con grandes dosis de ironía y con una exquisita erudición; incluso si uno no coincide con su visión no podrá quejarse de haberse aburrido con este libro. Y quizás donde más se pueda discrepar es en las soluciones, que para él sólo pueden pasar por la subversión, la demolición del sistema capitalista y la implantación de un nuevo modelo de sociedad basado en la solidaridad y la autogestión. Que por supuesto tiene toda la razón, pero vistos los mimbres humanos con los que nos toca construirla quizás sea más sensato empezar por las reformas socialdemócratas dentro del sistema que proponían Navarro y compañía. Pero allá cada uno que saque sus conclusiones. Yo les recomiendo en todo caso que se lo compren, que el autor vive de esto; además, aunque no hemos coincidido nunca, tenemos amigos comunes.

Y con esto les dejo por una temporada larga, que me toca disfrutar de las vacaciones en lugares llenos de exotismo y habitados por mujeres de poca ropa y costumbres licenciosas. A mi regreso tendrán, o al menos eso espero, el consabido informe en sucesivas entregas para amenizarles la vuelta al cole.


The Crooner - Corcovado nights in space (2000)

sábado, 3 de agosto de 2013

I am sitting in a room

I am sitting in a room different from the one you are in now. I am recording the sound of my speaking voice and I am going to play it back into the room again and again until the resonant frequencies of the room reinforce themselves so that any semblance of my speech, with perhaps the exception of rhythm, is destroyed. What you will hear, then, are the natural resonant frequencies of the room articulated by speech. I regard this activity not so much as a demonstration of a physical fact, but more as a way to smooth out any irregularities my speech might have.


Alvin Lucier - I am sitting in a room (1ª generación)

Alvin Lucier escribió esta obra en 1969, que es una fecha bastante tardía en la historia de la música académica contemporánea; a esas alturas el sufrido público burgués estaba curado de espanto con las provocaciones a que había sido sometido durante décadas por parte de las sucesivas vanguardias y ya no quedaba ningún melómano conservador por epatar. No lo hizo pues por afán de escandalizar, y tampoco nos tomamos en serio esa referencia a su tartamudeo, que más parece broma privada destinada a su círculo de amistades. Realmente se trata de una reflexión sobre el sonido, su transformación por el espacio en que se produce y las imperfecciones de su fijación en una cinta magnética.

Como tantas obras del periodo, la partitura es sustituida por una serie de instrucciones que además pueden variarse a gusto del intérprete. Sólo se necesita un micrófono, dos magnetófonos y un altavoz. El intérprete lee una vez el texto frente al micrófono y su voz se graba en el primero de los aparatos. Luego la cinta se pasa al segundo magnetófono y se reproduce, volviendo a grabar lo emitido. La segunda versión (o "generación" en la terminología de Lucier) se pega justo después de la primera. Es esa segunda generación la que ahora se reproduce y se vuelve a grabar como la anterior. La tercera generación se pega a las dos primeras y se convierte en la fuente de la siguiente grabación. Y así hasta el infinito y más allá. O hasta que el intérprete se canse, que suele ser el caso.


Alvin Lucier – I am sitting in a room (5ª generación) 

Con el transcurso de las generaciones la voz del intérprete se va escuchando más distorsionada, como hundiéndose en una tinaja virtual, ya que en cada pasada se acumula la reverberación propia de la sala que, al cabo de un cierto tiempo, se convierte en única protagonista de la obra mientras el texto acaba perdido en un magma informe de ecos. Las últimas generaciones son ya una pura cacofonía que sólo conserva del discurso original el ritmo, como bien describe Lucier en su texto. Todo ello para hacernos reflexionar sobre la experiencia sonora, sobre cómo la vibración emitida por una fuente, antes de llegar al tímpano y desencadenar la respuesta auditiva, sufre toda serie de cambios durante su tránsito por el espacio, echando por tierra el mito de la "alta fidelidad". Que, a fin de cuentas, es algo que todos sabemos aunque tendemos a ignorarlo, salvo cuando criticamos o alabamos la acústica de una determinada sala de conciertos; incluso los modernos reproductores digitales introducen filtros electrónicos que juegan a situar al oyente en diferentes ámbitos.

Hasta cierto punto esta obra entronca en la tradición de otras generalmente clasificadas en el campo de lo conceptual como la famosa 4'33" de John Cage, que no es una simple coña en clave fluxus sino otra reflexión, en este caso sobre el silencio y la imposibilidad absoluta de obtenerlo. Pero en la pieza de Lucier hay un elemento ausente en la de Cage: la cinta magnética. Porque hay que reconocer que el magnetófono fue el gran impulsor de la vanguardia musical en la segunda mitad del siglo XX. La imagen del compositor (o compositora, que también las hubo y muy brillantes) rodeado de bobinas y armado de tijeras y pegamento para empalmar las cintas es la que mejor define ese periodo que va de la postguerra a bien entrados los 60.


Alvin Lucier – I am sitting in a room (10ª generación)

Y es que, aunque la interpretación de  I am sitting in a room puede beneficiarse de los modernos medios digitales de grabación, su auténtico sentido lo alcanza si se emplea una cinta magnética. Yo, que soy lo suficientemente viejo como para haber asistido al nacimiento comercial del cassette, recuerdo la época anterior en la que el magnetófono de cinta abierta era el único medio casero de grabación, elitista por su alto precio aunque existían modelos más económicos como los de la casa italiana Geloso. En aquellos días las grabaciones (de un disco, por ejemplo) no se hacían a través de  cable sino que se recogía el sonido de los altavoces mediante un micrófono. Incluso con los primeros modelos de grabadoras de cassette el sistema seguía siendo el mismo, lo que daba lugar a caprichosas versiones de la pieza original trufadas de ecos, susurros y todo tipo de sonidos domésticos; ni les cuento a lo que acababan sonando las segundas o terceras copias. Quién nos iba a decir por aquel entonces que estábamos compartiendo métodos (que no intereses) con los pioneros de la música electroacústica.

Y quién nos iba a decir que el cassette desaparecería décadas más tarde, sobrepasado por la perfección de la grabación digital, y que volvería a reaparecer en la segunda década del siglo XXI para combatir el hastío provocado por esas mismas grabaciones digitales y su infinita capacidad de replicarse sin merma alguna. El viejo cassette vuelve a triunfar porque es un objeto único que si se copia se transforma en algo de inferior calidad. Por eso es un medio tan reclamado hoy por artistas inquietos de todos los estilos. Como los que graban para el sello sevillano Knockturne Records. Por eso mi consejo para hoy es que visiten su tienda online, escuchen las cintas a la venta y compren la que más les guste. Y a partir de ahí comiencen a construir una colección de cassettes que sustituya a aquella de las Shangri-Las y de las Ronettes que dejaron junto a un contenedor de basura en la última mudanza.


Alvin Lucier – I am sitting in a room (20ª generación)

sábado, 20 de julio de 2013

Bad Pharma

Cuando me comprometí a mantener actualizado el blog hasta las vacaciones no aclaré con qué frecuencia iba a hacerlo. Y es cierto que mis circunstancias y yo nos hemos dejado ir bastante más de lo previsto. Pero ya estamos aquí con una nueva entrada que espero que sea de su agrado, aunque en esta ocasión me temo que el tono general pueda ser más académico que de costumbre. Aunque no tiene por qué, ya que el libro que les voy a comentar es apto para todos los públicos. De su autor, Ben Goldacre, columnista científico de The Guardian, ya hablamos en otro post a cuenta de su anterior libro, Bad Science, en el que criticaba el modo como los medios de comunicación trataban los asuntos científicos y el impacto que eso tenía en la población consumidora. Pues bien, el que hoy les traigo es, y créanme que no les exagero ni un ápice, la obra definitiva sobre las malas prácticas de la industria farmacéutica y toda la trama de intereses que se cobija bajo el paraguas de su inmenso poderío económico. Su título es Bad Pharma y como pueden imaginar les recomiendo encarecidamente su lectura si desean poder hablar con propiedad del tema.

Que la industria farmacéutica (hablaremos de ella como un todo aunque obviamente está formada por distintos conglomerados empresariales) no es una organización caritativa es algo que todo el mundo en su sano juicio acepta. Como la industria armamentística, su objetivo es vender un producto y obtener de ello un beneficio; el hecho de que sirvan para curar enfermedades no implica que sus motivaciones éticas tengan que ser superiores. Ahora bien, como consumidores finales de esos productos y financiadores de la tal industria vía subvenciones estatales a la compra de medicamentos, sí que debemos exigir que la información que aportan sea real y fiable. Porque de eso depende además nuestra salud.

La industria farmacéutica invierte una gran cantidad de dinero en investigación para poder sacar nuevos  medicamentos al mercado. Y la parte más importante no la consume en la búsqueda de principios activos originales, sino en los complejos experimentos que justifican su eficacia y seguridad a los que llamamos ensayos clínicos. Haber superado los correspondientes ensayos clínicos es también el requisito que las administraciones sanitarias de todos los países exigen antes de permitir que un medicamento se comercialice. Y ahora pongámonos por un momento en el papel de la industria e imaginemos que, después de una inversión millonaria y tras haber estado desarrollándolo durante varios años, al analizar los datos obtenidos con ese medicamento en el que tantas expectativas se tenían puestas resulta que tiene un pequeño problema de toxicidad (nada serio, sólo aumenta el riesgo de sufrir un infarto en quienes lo toman), o simplemente va a ser tan efectivo sobre la enfermedad para la que se indica como un lacasito marrón. Pues eso mismo; en muchas ocasiones la tentación de no dejar que la realidad estropee una magnífica oportunidad de negocio es demasiado fuerte.

Por supuesto existen controles de todo tipo para evitar que casos así se produzcan, pero lo que viene a denunciar Goldacre en su libro, más que las malas prácticas de la industria farmacéutica (que también, pero eso ya lo dábamos por hecho), es cómo están fallando los mecanismos de control de manera sistemática. Algo equivalente a lo que se contaba en Inside Job (2010) respecto al negocio financiero, donde se exponía  la connivencia de los organismos reguladores y los expertos del mundo académico con los estafadores. O sin ir más lejos, lo que estamos viendo a diario en nuestro país con partidos políticos, prensa, jueces y tribunales de cuentas.

Siendo grave todo este chalaneo entre fabricantes, autoridades sanitarias, revistas científicas, expertos y prescriptores, el gran problema, insiste Goldacre, es la no publicación de los resultados de los ensayos clínicos que no cumplen las expectativas de sus promotores, a pesar de estar obligados por ley a hacerlo. Cuando cualquiera de ustedes acude a un consultorio por un problema de salud, la decisión terapéutica que adopta el médico (la receta de un medicamento) suele estar basada en datos muchas veces obsoletos aprendidos en la carrera, cuando no en apriorismos sin fundamento científico o en la propaganda de los propios laboratorios camuflada de curso de actualización. Lo ideal sería que esa decisión se fundara en pilares más sólidos, en pruebas científicas que demostraran la supremacía de una tratamiento sobre otro. En ensayos clínicos bien diseñados o, mejor aún, en revisiones sistemáticas de todos los ensayos clínicos realizados a partir de una misma duda terapéutica. Y ahí tenemos el problema: si del análisis de esos ensayos eliminamos (al no ser accesibles)  aquellos con resultados negativos o poco favorables sobre un determinado fármaco dejando sólo los positivos, la conclusión va a estar inevitablemente distorsionada. Y recuerde de nuevo que, en el mejor de los casos, de esa información va a depender el tratamiento médico recomendado para tratar esa enfermedad que esperemos que nunca tenga.

Como ven el tema es de una gran trascendencia y da para mucho más; de hecho da para un libro de 400 páginas con una bibliografía que ya quisieran la mayoría de las tesis doctorales que se publican. Por tanto, si les preocupa el asunto, ahí tienen lectura para el verano. Y sí, hay edición en castellano.


Ramones - I Wanna Be Sedated (1978)

jueves, 27 de junio de 2013

Otra noche en la ópera

Repaso las entradas del blog de un año a esta parte y sólo encuentro crónicas de viajes. Que están bien porque me sirven de diario para proteger los recuerdos frente a las lagunas de memoria, que era uno de mis objetivos cuando me metí en este proyecto aunque no el único. Sobre todo se trataba de crear un espacio de reflexión, algo que me viene igualmente bien para ejercitar las neuronas y de lo que en general andamos todos muy faltos. Y es que la blogosfera está de capa caída, es algo que salta la vista. Sólo hay que darse un paseo por esos enlaces que figuran a su derecha, criaturas virtuales de algunas de las mentes más brillantes de nuestro entorno, y ver el estado de abandono en que se encuentran la mayoría de ellas. De hecho, salvo las que están ligadas a algún proyecto laboral y alguna otra rara excepción, casi todas languidecen con un post de hace meses, años incluso, como última entrada. Y es normal, de todo se cansa uno y hay épocas en las que las muchas obligaciones que nos echamos a la espalda disuaden de dedicarle su merecido tiempo al blog; a mí me suele pasar con demasiada frecuencia y ustedes ya lo saben. Pero no me cabe duda de que una gran parte de responsabilidad la tienen las redes sociales instantáneas tipo Facebook o Twitter, que actúan como los psicotrópicos más adictivos produciendo una recompensa inmediata en forma de comentarios, "me gustas" y "retuiteos". Y como un adicto se comporta el asiduo a esas redes, abandonando hábitos más sanos si alguna vez los tuvo entre los que se encuentra la actualización periódica de los blogs. Que si se quiere hacer bien no es algo para lo que baste un pensamiento ingenioso en 140 caracteres o un vídeo con gatos, sino que requiere de documentación, reflexión y elaboración. Algo que nunca ha sido fácil y menos con tanto señuelo mediático como ahora reclama nuestra atención. No es que quiera reñir a mis corresponsales, que luego soy yo el primero que pega la espantada, pero sí animarles a que nos vuelvan a alegrar el día con los frutos de su cacumen. Y para dar ejemplo, me comprometo a mantener el blog actualizado hasta el inevitable hiato vacacional.

Así que enlazo con el último post y les cuento que la semana pasada fuimos a la ópera. El Maestranza programaba Rigoletto y tenía curiosidad por comprobar si su fama está fundada o es sólo producto de un aria más que pegadiza. Y no, la ópera en sí no es gran cosa, pero tuvimos de la inmensa suerte de que el papel protagonista se le hubiera encomendado al gran Leo Nucci, que con más de setenta años y varios centenares de rigolettos sobre su joroba es de todos los barítonos de la escena mundial el que mejor puede encarnar al desgraciado bufón mantuano. Porque Nucci es más que una voz (que la conserva aún magnífica); es un inmenso actor que se mete en el personaje y consigue emocionar a pesar de las inverosimilitudes del libreto. Tanto que el público se entregó a él desde el primer momento y hasta le obligó a interpretar un bis al salir a saludar tras el segundo acto ya con el telón bajado, algo inédito en la historia de este teatro. Evidentemente la gente estaba ese día más aplaudidora de lo que suele ser costumbre, en gran parte debido a la generosidad de la empresa repartiendo entradas a amigos, afines y compañeros para evitar a los intérpretes el deprimente espectáculo de una platea vacía. Circunstancia inusual y anómala que me hizo pensar, y ahora me lleva a reconducir lo que iba a ser una amable reseña operística hacia una dirección más crítica.

Y es que gran parte de las óperas hoy consideradas clásicas del género, de Las Bodas de Fígaro a esta parte, fueron en su momento consideradas escandalosas cuando no directamente subversivas por defender en sus libretos algo tan disparatado como los derechos del individuo frente a un poder opresor (clase, estado, iglesia, potencia invasora...). Paradójicamente quienes financiaban estas molestas representaciones fueron primero los nobles y más tarde la burguesía que, tras el vacío dejado por las revoluciones del XVIII y XIX, hizo suyos palcos y plateas. Desde entonces poco ha cambiado la composición del abono operístico, salvo por la incorporación de ese nuevo cupo de señores a los que los siervos eligen periódicamente por puro placer masoquista. Los mensajes disolventes de antaño, convenientemente apisonados bajo capas de exacerbado lirismo, sirven ahora de fondo amable para las paradas rituales de la clase dominante, del mismo modo que los dichos filocomunistas atribuidos a Jesús de Nazaret sustentan su discurso moral. Y lo más escandaloso es que, pese a que la mayoría de la sociedad está excluida de su disfrute por razones económicas y culturales, la ópera sigue siendo un espectáculo altamente subvencionado por nuestros impuestos. Reconozco que en este asunto he mantenido hasta ahora una postura ambigua, ya que siempre he defendido que es obligación de los poderes públicos apoyar las artes. Pero en la presente situación, cuando el estado del bienestar está siendo desmantelado ante nuestras propias narices, continuar con esta situación me parece obsceno. Sobre todo porque el abonado de la ópera no está sufriendo del mismo modo que el resto de la sociedad los recortes en sanidad, educación o servicios sociales, pues no suele hacer uso de ellos. Que se retire por tanto la subvención a la ópera, castigados sin su diversión de clase predilecta; y si quieren seguir conservándola que corran ellos con los gastos, que veréis cómo no.

Se me responderá que si quiero ser consecuente (atributo por el que no siento ninguna debilidad, dicho sea en honor a la verdad) tendría que pedir también la retirada de subvenciones a todo tipo de espectáculos, con independencia de la extracción social del público que los disfrute. Y realmente es así. Personalmente sólo mantendría el apoyo económico directo a aquellos que tengan un interés didáctico contrastado; y antes de entrar en precisiones les prevengo de que lo que yo pueda considerar como tal seguramente no coincidirá ni con su criterio ni menos aún con el de nuestros amos. Por eso, y para evitar vanas discusiones, lo mejor sería que mientras dure la crisis (o dicho de otro modo, mientras sigamos dejando gobernar a quienes apuestan por desmantelar el sector público) se interrumpan las ayudas a las artes y se centre el exiguo presupuesto disponible en mantener el patrimonio material histórico-artístico que se nos está cayendo a pedazos. Y el que quiera escuchar a Malheur en directo que pague lo que realmente cuesta.


Melinda Miel - Tinkering in my heart (1991)

lunes, 20 de mayo de 2013

Opera, mafia e cannoli

Aprovechando nuestra estancia en Palermo fuimos a la ópera, más por conocer el teatro que por interés en la representación. Y es que el Teatro Massimo, además del más grande de los históricos italianos, es sobre todo famoso por ser el escenario de la secuencia final de El Padrino III. Así que a la hora señalada, y mucho más compuestos de lo que solemos para los eventos del Maestranza, que estábamos en tierra extranjera y había que dejar bien alto el pabellón de la elegancia española, ascendimos por las mismas escalinatas en las que mataron a Sofía Coppola dando pie al histriónico grito de Al Pacino que cierra la citada secuencia. Hay que decir que el teatro es precioso y que conserva el encanto de otros tiempos con su correspondiente pátina de decadencia, pátina que cubría también a los asistentes, en su mayoría respetables burgueses palermitanos con alguna que otra marquesona con collares de perlas de varias vueltas como las que dibujaba Serafín en La Codorniz. La obra representada no era esta vez Cavalleria Rusticana sino Aida, que suele ser sinónimo de espectacularidad, pero aquí la crisis también había hecho mella y la versión que nos ofrecieron era bastante pobretona, con un único decorado del que subían y bajaban paneles para representar cambios escénicos y los movimientos de masas habilidosamente resueltos con coreografías exóticas. Las voces, eso sí, eran excelentes, destacando la soprano china Hui He en el papel protagonista, a quien daba réplica el tenor canario Jorge de León. Por cierto que el público de allí es muy aplaudidor, más incluso que el del Maestranza pero no tan dado a los vítores extemporáneos, e interrumpía la función cada vez que algo le gustaba, aunque fueran los coros y danzas.

Hay que hacer constar, en honor a la veracidad histórica, que la representación no se vio interrumpida en ningún momento por disparos cruzados entre familias mafiosas rivales, lo que nos dejó un vago sentimiento de decepción como el que embargaría a los viajeros románticos del XIX al cruzar Sierra Morena en diligencia sin ser asaltados por la banda del Tempranillo. Y es que la mafia, reconozcámoslo, ya no es lo que era, y de hecho en las ciudades ha quedado como simple reclamo para la venta de souvenirs. O, sin ir más lejos, en las novelas del comisario Montalbano (no las he leído, hablo por lo visto en la serie sobre el personaje) donde que los capos de antaño son amables patriarcas que colaboran con la policía en el esclarecimiento de crímenes que les han sido falsamente atribuidos. Lo cual no quiere decir que la onorata società haya desaparecido, que imagino que si colgaron la lupara sería para dedicarse a menesteres más respetables y prósperos como la política, la banca o el negocio inmobiliario. Al igual que en el caso vasco, esta retirada ha traído a la isla una mayor libertad a la hora de enjuiciar los hechos del pasado, no siendo raros las placas y recordatorios en honor de las víctimas. E incluso un día, mientras visitábamos la catedral de Palermo, fuimos sorprendidos por un enorme revuelo de carabinieri, prelados y periodistas, convocados allí por la llegada del féretro con los restos mortales del padre Puglisi, una víctima de la mafia en los años 90 y que ahora iba a ser beatificado. Lo que nos pareció un gesto muy feo por parte de la curia vaticana hacia sus tradicionales aliados después de tantos años de venturosa colaboración, que todo hay que decirlo.

Siguiendo con el relato, cuando salimos de la ópera, y aprovechando que íbamos maqueados, nos fuimos a cenar a la Osteria dei Vespri, uno de los restaurantes mejor valorados de la ciudad, donde dimos cuenta del menú degustación de la casa que hace honor a la fama de la que goza. Como curiosidad, y volviendo a la mitomanía cinematográfica, les cuento que el local ocupa las antiguas caballerizas del Palazzo Ganci, famoso por haberlo elegido Visconti para rodar en sus salones la grandiosa escena del baile de Il Gatopardo. El palazzo se podía visitar hasta no hace mucho, aunque la noble familia que lo habitaba solía exigir unas cantidades desorbitadas por mostrar sus estancias, cantidad que mi señora estaba dispuesta a hacérmela pagar con tal de departir con la aristocracia local. Afortunadamente, y según nos contaron en la Ostería, el último de los herederos había abandonado la isla para establecerse en París cerrando la casa a los forasteros curiosos como nosotros. También nos recomendaron, sabedores de nuestro próximo viaje a Siracusa, que no dejáramos de comer en el restaurante Don Camillo, máximo representante en aquella ciudad de la nueva cocina siciliana, lo que por supuesto hicimos y con idéntico nivel de satisfacción.

Porque ahora por fin entramos en la parte más importante de estas crónicas de viajes y la que más interesa a nuestros lectores, la gastronómica. ¿Y qué les voy a contar que no hayan leído ya mil veces? Pues que en Sicilia se come maravillosamente, y más barato que en la Italia peninsular. Y no sólo en los restaurantes de gran clavazo como los ya citados, sino en cualquier humilde trattoria de barrio, siempre con productos de altísima calidad. Y que tienen también unos excelentes vinos. Los más conocidos son los dulces como el marsala o el moscato. Por cierto que los moscatos que probamos allí no tenían nada que ver con los que se suelen encontrar en España bajo la denominación "Moscato de Asti", que son unos blancos dulzones y con aguja, sino que estaban más en la línea de los olorosos jerezanos. Hay también muy buenos tintos, siendo los más típicos los elaborados con la uva autóctona Nero d'Avola, aunque la revelación del viaje fueron los vinos del Etna, que los crían también blancos, con su característico regusto mineral.En Siracusa descubrimos además que en la isla también se conoce el invento, que hasta entonces creíamos peculiaridad española, de la tienda de ultramarinos. Y vive dios que le sacamos partido, que mientras a mediodía los viajeros centroeuropeos ofrecían la cerviz a los dueños de los restaurantes del Lungomare para que les estoquearan con el pranzo turistico, nosotros buscábamos nuestro hueco en el colmado de los Fratelli Burgio para que nos sorprendieran con sus especialidades. Ellos fueron también nuestra tienda de souvenirs en este viaje, que no tenemos ya edad para andar comprando marionetas. Y de postre cannoli siciliani, el dulce de pasta de harina frita rellena de masa de ricotta por el que mueren los lugareños (sólo hay que recordar cómo lo hace Don Altobello en un palco de nuestro Teatro Massimo envenenado con los que le regala su pérfida ahijada Connie). No llegamos a probar ninguno elaborado por monjas, ni nos atrevimos, pero sí los que hacen en la Pasticceria Mazzara de Palermo que, según dicen ellos, eran los favoritos de Lampedusa, aunque vaya usted a saber. Son exquisitos, mas de digestión nada ligera y no recomendamos enfrentarse a ellos después de una copiosa comida. En cualquier caso, si alguna vez se encontraran en semejante disyuntiva, sigan siempre el sabio consejo de Clemenza: Leave the gun, take the cannoli.


Florinda Bolkan - Metti Una Sera A Cena (1969)